Vivimos en una sociedad donde se pide estar bien, en la cual la pregunta “¿cómo estas?” debe ir acompañada de un “bien, todo bien”, en la que es necesario sentirse bien para continuar con nuestra vida, y en la que oímos muchas frases como: “no te preocupes”, “todo va a ir bien”, “sólo necesitas tiempo”, “debes estar bien”, “¡vamos, alegra esa cara!”, “hay cosas peores”…

Está claro que intentan animarnos, pero la mayoría de veces conducen a evitar nuestro problema, a derivar lo que en realidad sentimos hacia otro lado, a mostrar una emoción que no sentimos y a poner buena cara para continuar con nuestro día a día.

 

¿Y por qué actuamos así?

Expresar lo que sentimos duele, nos hace sufrir lo que queremos evitar y nos hace realmente enfrentarnos al problema que estamos viviendo. Además, es necesario querer sacarlo, y para ello ayuda el hecho de tener a alguien que nos escuche, que simplemente nos muestre comprensión, empatía, al cual sintamos que importamos. Si bien es cierto que ayuda, no implica que no podamos hacer frente nosotros mismos a lo que nos afecta.

El ser humano es un ser social, con emociones, básicas y secundarias, emociones incluso innatas que aparecen ante ciertas situaciones, y que son difíciles de controlar. ¿Por qué debemos entonces esconderlas?

Debemos entender que el cuerpo habla aunque la mente calle, que si padecemos cierto malestar psicológico (ansiedad, estrés, celos, problemas sociales,...) y no lo expresamos, no lo “sacamos”, éste saldrá mediante malestar físico y con expresiones físicas del dolor psicológico muy variadas. Sucede que empezamos a sentir dolores sin ninguna justificación, dolores que antes no sentíamos y que, casualmente, aparecen en momentos de elevada ansiedad o preocupación en nuestra vida.

 

¿Qué dolores solemos experimentar?

Los más comunes suelen ser dolor de espalda, cuello, migrañas y cefaleas, punzada en el pecho, nudo en el estómago, ahogo y dificultad para respirar, hipertensión, náuseas, pérdida del deseo sexual, problemas digestivos, o similares.

Cuando aparecen estos dolores y no se derivan de ninguna alteración médica y física, nuestra acción más común suele ser ir al médico de familia, donde nos recetan fármacos que alivian el dolor, que ponen una distancia entre el problema psicológico y los dolores físicos, pero no lo tratan, sólo lo palían y lo disfrazan. Es muy importante saber que aunque el uso de fármacos alivie el dolor o ayude, a veces llega a generar incluso dependencia, ya que nos ayudan a aliviar la ansiedad, a evitar el problema y así cronificar o agravar el problema.

Cuando este proceso de somatización cesa, es decir, si cesan los dolores, no quiere decir que el problema en nuestra mente realmente haya desaparecido. Los fármacos ayudan a aliviar estos dolores, pero el problema sigue estando, ya que no era físico sino psicológico. Por tanto, ¿lo he superado? ¿Puede volver a salir? Sí, puede volver, y lo recomendable en estos casos, cuando aparecen los dolores, no es centrarnos en eliminar este malestar, sino indagar en el porqué, aceptar que existe, buscar causas y empezar a tratarlas.

Es crucial pararnos a pensar en qué sentimos, descubrirlo y, sobretodo, aceptarlo, ese malestar existe, está ahí, y como tal debemos experimentarlo y hacerle frente. Nos ayudará el hecho de ponerle nombre, llamar a esas emociones por su nombre y poner palabras a lo que sentimos. Podemos buscar ayuda pero, lo más importante siempre será sentir y expresar lo que nuestro cuerpo nos pida ya que, como hemos explicado, si no sale a nivel psicológico el cuerpo acabará sacándolo a nivel físico.

Lo más importante de todo es dejar que nuestro cuerpo sienta, acepte y, siempre que necesite expresar una emoción, expresarla, sentirla y aceptar que está ahí y que sentir es natural.

 

Si nos apetece llorar, lo mejor siempre será hacerlo.

 

Andrea Juste

Psicóloga, colaboradora en Clínica de Llago